martes, 25 de enero de 2011

Tocamos las estrellas con los dedos




Cuenta García Oliver que vencida la sublevación fascista en la Barcelona de julio de 1936, Lluís Companys, presidente de la Generalitat Catalana, dirigiéndose a los sindicatos triunfantes dijo: “habéis vencido y todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis que en este puesto, que sólo muerto hubiese dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy en la ciudad no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno…”
Guardando las distancias, y los momentos históricos tan diferentes, algo de las palabras de Companys podemos aplicar a esta fría y húmeda noche de enero, en la que más de 80.000 personas hemos demostrado que el poder es nuestro, que los tiempos son nuestros y que la fortaleza demostrada es inquebrantable e invencible si sabemos mantenerla unida baja la luz de decenas de miles de luces que son, en definitiva, nuestros corazones de hombres y mujeres libres.
Los sindicatos pueden ofrecernos su nombre, su prestigio, o al menos recuperarlo,  y su lealtad pero nosotros y nosotras somos los dueños del futuro y ellos están para desbrozar el camino que nos conduzca a la derogación de la  funesta Ley 5/2010, el Tijeretazo. Hay que mantener el poder conquistado en la calle, estar vigilantes ante las vacilaciones de nuestros representantes sindicales, mantener la presión pacífica pero firme sobre el gobierno regional, demostrar que somos perseverantes en nuestros objetivos, no vacilar, tampoco ceder ante el chantaje, la calumnia y la mentira tan hábilmente manejadas por los políticos.
El poder pertenece a la gente, y esta noche hemos manifestado la voluntad de retenerlo en nuestras manos con la impresionante, histórica es la palabra, manifestación que he recorrido las calles de la ciudad enfundada en el traje de la Vía Láctea. Demostremos que sabemos gestionarla colectivamente, que nuestra dignidad, grupal e individual, exige a los sindicatos que no cedan un ápice en el objetivo perseguido, que nos es otro que la derogación del Tijeretazo o, en su caso, su muerte por inanición.
Exijamos a nuestros representantes sindicales que sean nuestra voz coral en las negociaciones, meros transmisores de la voluntad de enterrar definitivamente una ley infausta, con la partitura de la Marcha Fúnebre de Mozart como hoja de ruta de todas las organizaciones sindicales.
Creo que hoy nos hemos hecho adultos, o hemos recuperado la memoria perdida, pero ahora sabemos el poder que otorga la unidad de decenas de miles de personas señalando con el silencio a los culpables del mayor retroceso en derechos laborales desde, al menos, los años cuarenta del siglo pasado.

Los sindicatos lo tienen fácil, sólo les queda echar tierra en el nicho del Tijeretazo. Nosotras y nosotros hemos bajado el ataúd y lo hemos orlada con miles de velas, que nuestros representantes sean los sepultureros, para algo les votamos.


Ramón Luis Manostijeras

Parece que el personaje Ramón Luis Manostijeras molesta a algunos políticos, que han prohibido la colocación de carteles de sátira política. En esta región de políticos pueblerinos y cortos de miras, una tradición, la sátira política, con muchos siglos de tradición parece condenada a la persecución por parte de secretarios generales de consejerías, por ejemplo la de Política Social, que no saben diferenciar espacio público y espacio privado, libertad y coacción caciquil. Y es que, o no se han leído la Constitución o se creen intocables, amos y señores de esta tierra. Reproducimos sátiras de varios políticos que pululan por la Nube.











domingo, 23 de enero de 2011

El 25 de enero nos volvemos a manifestar


En la última semana han ocurrido muchas cosas. Algunas horribles, otras cómicas o tragicómicas. En su aspecto político, ni unas ni otras nos interesan; allá ellos y sus actos. En lo humano, pensamos que la ley y su imperio fueron diseñados para proteger tanto al fuerte como al débil; no para utilizarla en la contienda política, como ha ocurrido en estos siete días de enero. Se sabe, la historia puede corroborarlo, que en este caso los débiles siempre pierden, son marionetas zarandeadas por el espectral viento del poder y sus intereses. Para evitarlo en el Siglo XX se entretejió una malla protectora que defendía a la gente de la ley de la selva: se la llamó sanidad pública, educación pública, jubilación retribuida, protección económica de las personas expulsadas del mercado laboral… ya casi no nos acordamos de para que sirven las cosas; el lenguaje ha sido pervertido y a la seguridad laboral, por ejemplo, se la llama privilegio. Parece que el objetivo es que todos los trabajadores- los empleados públicos los primeros- nos pongamos en fila india y negociemos individualmente con el patrón nuestras condiciones laborales. Todos sabemos lo que eso significa. Alguno se reirá y exclamará: ¡comunismo chino!.

Si hay algo que nos puede aliviar de esta semana trágica, de criminalización de decenas de miles de personas, es la fortaleza que mantenemos, todos arropados detrás del lema “DIGNIDAD Y RESISTENCIA”.No somos culpables de nada, menos aún de posibles expolios y derroches injustificables de la riqueza que, no podemos olvidarlo, es colectiva, no de unos pocos políticos que han creído que la ostentación continuada del poder, y la soberbia que brota de las mayorías absolutas, les da licencia para cualquier abuso. La legitimidad deviene de las urnas pero también de la ética y de la honestidad del que la recibe. Sin embargo, esta última semana ética y honestidad no han brillado en los cielos murcianos, tampoco en las páginas de los periódicos o en las televisiones, públicas o privadas. La persecución salvaje de un muchacho de 25 años así lo atestigua.

Terminando la semana, nos llega la noticia-broma de que el personaje Ramón Luis Manostijeras puede vulnerar, en escrito del señor Secretario General de la Consejería de Política Social, Mujer e Inmigración, derechos fundamentales constitucionalmente protegidos. Molesta la libertad de expresión, incomoda la defensa legítima de los derechos laborales de decenas de miles de ciudadanos pero, sobre todo, les indigna el espejo social –todos nosotros- en el que se refleja su fracaso sin paliativos, un coro colectivo de voces gritando al unísono que nos devuelvan nuestros derechos laborales robados, que deroguen inmediatamente una ley vergonzosa, con una Exposición de Motivos que irradia a toda la sociedad el convencimiento de que se ha perpetrado la mayor cobardía política conocida en nuestra región.

Somos gente libre y, por tanto, civilizada. No obstante, la semana vivida nos hace dudar de que la clase política que padecemos participe de nuestra civilización. Parece todo lo contrario: un retorno al sectarismo y a la caracterización que hace Carl Schmitt del “otro” como enemigo; a nosotros, hasta hace poco empleados públicos ejemplares de la educación, de la sanidad, de los servicios sociales y de los servicios administrativos, se nos ha despreciado y se ha insultado nuestra inteligencia afirmando que estábamos siendo manipulados. Pero el mayor insulto es pensar que con tan poco bagaje expositivo nos íbamos a creer cuentos chinos que harían sonreír a cualquier fabulista de tres por cuarto.

El próximo martes, 25 de enero, vamos a iluminar la ciudad de Murcia con decenas de miles de velas. Debe ser la mayor manifestación desde que comenzó nuestra lucha. No podemos olvidar nuestros compromisos con la sociedad y con nosotros mismos. Tampoco debemos echar en el olvido los agravios sufridos. Tenemos la victoria en la punta de los dedos, rozando sus bordes de azúcar y sueños. Debemos empujar hacia adelante el carro de la historia y afirmar nuestros principios bajo la luz de la luna de enero.
Murcia es una tierra que siempre maltrató a sus gentes. No permitamos que vuelva a ocurrir y que no nos ocurra como a Ramón Gaya “al que le han hecho pagar todas sus tristezas con silencios” (Max Aub).

DIGNIDAD Y RESISTENCIA

TODAS Y TODOS A LA MANIFESTACIÓN DEL 25 DE ENERO

TODAS Y TODOS DE LUTO, CON VELAS, EN SILENCIO…

jueves, 20 de enero de 2011

Baños y Mendigo


Hace años la carretera de Cartagena pasaba por Baños y Mendigo, entre eucaliptos y cuestas semidesnudas. Por allí anduvo García Montalvo, los perfiles agotados de la brisa marina, los merenderos y la primera pepsi que bebí en la adolescencia. También, frisando el año setenta del Siglo XX, trabajó por aquellos lares un camarero negro, posiblemente llegado de la abandonada (de mala manera como fue costumbre en la política colonial española de la última centuria) Guinea Ecuatorial, que atrajo la atención y la presencia de numerosas familias llegadas de la cercana urbe capitalina. En una ciudad provinciana, alejada de la efervescencia cultural de Barcelona o Madrid, también de la apertura cultural de un Alicante volcado al turismo internacional, aquella presencia exótica fue un acontecimiento que rompía con el lánguido transcurso de los días, meses y años de una sociedad tranquila, ordenada, con cada persona, familia y clase social en su lugar.
Poco han cambiado las cosas en cuarenta años, aunque las ciudades crezcan, se repongan cada poco tiempo las aceras y los centros comerciales proliferen como los hongos en las umbrías de los bosques húmedos. Sabemos, sin embargo, que el llanto desconsolado, sin recato, simboliza la inocencia del espíritu, también de los actos mundanos, que los juegos de la juventud (la busqueda de la igualdad, de la felicidad, la despreocupación y, por qué no, la creencia en la bondad del Hombre) pasan desapercibidos hasta que la Política con mayúscula, la razón de Estado, se cruza en tu camino y te destroza la vida.
Hemos aprendido pocas cosas en 35 años de convivencia democrática. Las pinceladas que esbozó Miguel Espinosa en La Fea Burguesía perfilan el imafronte de la catedral y se expanden en colores ocres por los rincones de la Murcia antigua. Es nuestro pecado, vivir en un paisaje en el que el tiempo es cíclico y los errores, repetidos y obscenos.
Cuando vuelva a cruzar el Puerto de la Cadena, me detendré en Baños y Mendigo, para recordar el suelo de chinarro de La Venta de la Virgen, el sabor de la primera pepsi y aquellos días de adolescencia, en los que fui idealista, creí en la igualdad y en el amor, y en los que, afortunadamente para mí y para mi familia, la política con mayúscula no se cruzó en mi camino, y la razón de Estado no destrozó mi vida.
Va por tí.

miércoles, 19 de enero de 2011

Historia Universal de la Infamia


No sé que calificativos se pueden utilizar para definir los acontecimientos ocurridos en esta región desde el sábado día 15. Se me ocurre, no haciendo justicia a Borges, titularlos “Historia Universal de la Infamia”. Pero la realidad es dura, muy dura, y un huracán de mentiras, manipulación y desvergüenza ha succionado toda la dignidad posible de una clase política gobernante, que ha creído que esta era la Murcia del caciquismo ancestral o que los murcianos éramos, como mínimo, unos memos incorregibles. Todo ello aderezado con el llamamiento a la Cruzada Redentora, a la reinstauración de la infausta Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo, con la acusación nada velada de una consejera que relacionaba la agresión con la disminución de los liberados sindicales, con unas manifestaciones legítimas, constitucionales y pacíficas que reclamaban la presunción de inocencia frente al motejo de terroristas... gente honesta, de todas las ideologías, insultada, vejada, despreciada.
Hemos sido decenas de miles de personas las que nos hemos manifestado por la ciudad de Murcia, miles de corazones que rechazaban una ley salvaje, antisocial, preludio de la liquidación definitiva de lo que hasta ahora reconocemos como sanidad, educación, servicios sociales, públicos y universales. Miles de personas de derechas e izquierdas, y casi ninguno ha creído la basura mediática que ha utilizado contra nosotros los diarios regionales (La Opinión, La Verdad...), tampoco las acusaciones delirantes de nuestro presidente y de sus adláteres. ¡Era todo tan absurdo, irracional y previsible!.
Han crucificado a un chaval, en lo alto del monte de la ignominia le han clavado todas las lanzas que es capaz de crear la maldad humana. Y hemos asistido al acto con la mirada perdido, esperando no ser señalado, negando cualquier apoyo a un joven que sabíamos inocente desde, como mínimo, el lunes. TODOS. Partidos políticos y organizaciones sindicales, también militantes del Partido Popular incapaces de musitar palabras de duda.
¿Y ahora qué?.
¿Qué le dejamos a nuestros hijos?.
No lo sé, pero sí tengo claro que entre nosotros no hay ningún Émile Zola. Tal vez lo haya entre nuestros hijos o nuestros nietos.


martes, 18 de enero de 2011

No leí a Althusser


No leí a Althusser cuando era un filósofo de moda; luego, muertas las ideologías, no resultaba atractivo indagar en el pensamiento de un intelectual de difícil lectura (para mi y para aquellos momentos finiseculares), un naufrago de la historia y de su propia vida personal. Si creemos a Althusser, Karl Marx consideraba el periodismo como la acción política por excelencia (Marxismo y Humanismo, Siglo XXI, página 185). No obstante, ambos pensadores no conocieron, por motivos obvios, este periodismo murciano que nos está asombrando a tantas personas que intentamos utilizar el crisol de la razón para analizar la realidad y su evolución. Si “por acción política por excelencia” se entiende la divulgación de credos ideológicos, la controversia de ideas, la educación de las masas, podemos pensar que La Verdad y La Opinión de Murcia pertenecen a un tipo de literatura maniquea, sin principios filosóficos, éticos o morales, diarios al servicio del poder económico y social, profundamente deshonestos con sus lectores y con la decencia intelectual. Sus artículos y editoriales producen rubor, hartazgo, desánimo para los que somos relativamente optimistas antropológicos.

Pensaba también Althusser que la Historia no tiene sentido y que somos meras marionetas de un algo que vaga por la nada y se dirige a la nada. Pero creo, debemos creer, que nuestra lucha debe flotar entra tanta inmundicia política y mediática, que debemos demostrar que nuestra biografía personal y colectiva, la de decenas de miles de profesores, sanitarios, funcionarios de todo tipo, tendrá un capítulo independiente, importante, que hablará de una victoria hermosa, épica contra toda esa gente que quiere utilizarnos en batallas deleznables e inaceptables éticamente.

El próximo día 25 de enero debemos convertir la Gran Vía en una avenida de la libertad, de hombres y mujeres libres que luchamos por nuestra dignidad y por la de una sociedad corrompida por el sectarismo y la indecencia política.

¡Venceremos!

lunes, 17 de enero de 2011

A tapar la calle, a abrir la calle...


¿Alguna vez fuimos tan ingenuos como para pensar que nuestra lucha iba a ser respetada como un acto de la autonomía y voluntad humana para tomar decisiones y defender lo que consideramos que es justo?. Nos hemos equivocado, lo sentimos. Pensamos que esas manifestaciones tan bonitas, multitudinarias, festivas, con numerosos niños y niñas de todas las edades merecían el respeto y la consideración del poder, que mostraban hartazgo, autoafirmación de la dignidad de profesionales sometidos al ninguneo y a una planificada campaña de desprestigio, que 40.000 personas recorriendo la Gran Vía murciana merecía una reflexión profunda sobre las causas y las reivindicaciones de los manifestantes.
Pero nos equivocamos, lo sentimos. Hay que recorrer “el camino de servidumbre” del que nos hablara Hayek en un sentido inverso, hay que jibarizar la necesaria organización de la sociedad civil, eliminando o domesticando asociaciones de todo tipo, sindicatos, ONG,s, blog de apoyo a cualquier causa, hay que eliminar cualquier articulación social entre el poder y los votantes, hay que reinstaurar el caciquismo como esencia de las relaciones sociales desiguales.
Estamos asistiendo al linchamiento mediático de las aspiraciones de decenas de miles de personas, despreciadas en la Exposición de Motivos de La Ley de Medidas Extraordinarias para la Sostenibilidad de las Finanzas Públicas. Creíamos que la lucha por nuestros derechos era digna, enmarcada en la Constitución Española, protegida por los poderes públicos..., pero no; la política, la más repugnante faz de la política en manos de irresponsables nos están utilizando en una batalla campal para quedarse con los restos del naufragio español, con sus velas deshechas en jirones, con su libertad sometida a los designios de la Gran Especulación Universal.
Solo vergüenza puede producir las declaraciones de la gente del PP regional, relacionando a las organizaciones sindicales con la brutal, deleznable e injustificable agresión al Consejero de Cultura, intentando desmovilizar a decenas de miles de empleados públicos que sabemos lo que queremos y las razones para manifestarnos.
El día 25 de enero debemos acudir todas y todos los empleados públicos a la manifestación. De luto, con velas, en silencio. Debemos convertir la arteria principal de Murcia en la Vía Láctea, en un camino de estrellas rutilantes que nos lleve en volandas al espectáculo de la derogación del Tijeretazo. Debemos demostrar que somos muchos y que sabemos lo que queremos. Un esfuerzo más...

Os dejo la letra de una canción de Pablo Guerrero, “A tapar la calle”:

A tapar la calle.
A tapar la calle
que no pase nadie
que pase mi abuela
comiendo cachuelas” 
A tapar la calle
que no pase nadie
que vista de negro
que lleve pistola
que hable de la guerra
y beba Coca-Cola
a tapar la calle.
A abrir la calle 
que pase la gente
que vista de flores
que beba aguardiente
que va hablando sola
y pinta en las paredes 
a abrir la calle.
A tapar la calle 
que no pase nadie
que no tenga dudas
que vaya con prisas
y tenga señora
que le lava y le guisa
a tapar la calle.
A abrir la calle 
a las abuelitas
jugando a canicas
y a los niños malos
que cambian un duro
por dos perras chicas
a abrir la calle.
  A tapar la calle
que no pase nadie
de los que han ganado
y nos han legislado
y nos han controlado
y nos han sermoneado
a tapar la calle.
A abrir la calle
que pase la gente
que nunca ha pasado
y los mal peinados
y el Señor Obispo
con su novia de triciclo
a abrir la calle.
A tapar la calle 
que no pase nadie
que viva de alguien
con casa de loro
que vaya montado
sobre el as de oros
a tapar la calle
A abrir la calle
a tapar la calle
a vivir la calle
a soñar la calle
a tomar la calle “

[A tapar la calle]

viernes, 14 de enero de 2011

El señor presidente


El señor presidente descorrió las cortinas de su ático y observó un largo rato el cielo azul, las sierras cercanas, las nubes blanquecinas que cruzaban el cielo y lo alegraba con sus ovillos de lana. Murcia era una ciudad hermosa y sus campos, un regalo de la naturaleza, con sus praderas, con sus cárcavas y sus montañas perfiladas sobre un horizonte verde y esperanzador; y más allá el mar y su susurro de pecios en los arrecifes, y las praderas de posidonia meciéndose como la avena en los fondos arenosos; y en los sueños que alguna vez tejió en los ideales de su corazón, pletóricos de campos de golf, venecias en los entrantes del mar, aeropuertos internacionales, torres de babel en las que se hablaban todas las lenguas del orbe...¡que felicidad lo embargaba cuando su imaginación se expandía como ramilletes de billetes de quinientos euros por las habitaciones de su humilde hogar!

-Murcia no es Nueva York- dijo Pedro A. a su espalda-. Tío, no te atormentes. Aquí no tiene sentido un Andy Warholl, una Factoría, una mínima vanguardia del arte.

El señor presidente se asomó por la ventana, miró el movimiento descompasado de los transeúntes que caminaban la Gran Vía, seres diminutos a los que gobernaba con dedicación, entregándoles todo su saber y energía. Pensó que alguna de aquellos gnomos del asfalto podría ser empleado público y que, en lo más profundo de su ser, lo despreciaría, miraría las ventanas del ático y pensaría en la cueva de los cuarenta ladrones, en los paquetes de huevos de mercadona y en la miseria moral de los gobernantes contemporáneos. Una sensación de amargura embargo la hilatura de sus pensamientos. Pensó en los gusanos de seda, en las hojas de morera, en el aceite hirviendo y en la crueldad de una vida que se había cebado con él.

-Murcia no es Nueva York- repitió Pedro A-. La culpa no es mía, tío. Tantos años de jotas murcianas, toros, barracas, paparajotes, arroz con habichuelas y más jotas deja su impronta eterna en las gente. Ya lo decía Gramsci.

El señor presidente miró a su sobrino. “Gramsci”- pensó-. ¿De qué me suena ese nombre?. No se atrevió a pedir explicaciones a sus sobrino, pero pronto el pasado retornó en un caballo blanco y lo llevó a los paisajes de su juventud. Una guitarra, canciones en la Facultad, los ficus del Campus, marchas militares en su casa y sus compañeros y compañeras de Historia alabándole su querencia por las fiestas universitarias. En ese mundo idílico perdido para siempre quiso encontrar la imagen de Antonio Gramsci portada por algún compañero rojo, seguramente miembro del partido comunista.

-¿Qué decía Gramsci?- preguntó el señor presidente-. ¿Qué los michirones producen ardor de estómago?.

Pedro A. guardó silencio mientras observaba los cuadros del amplio despacho. ¿Párraga?, ¿Pedro Flores?, ¿Pedro Cano?, ¿aquél no es un Antonio López?. Pensó que todo aquello- los cuadros, la mesa excesivamente oscura, la moqueta, las flores blancas y amarillas, el bolígrafo de oro con una inscripción de extraños caracteres- era deprimente y que hacía falta que un interiorista diera vida a aquel cementerio de recuerdos del pasado que deprimían profundamente a su inquilino.

-Te he preguntado por Gramsci, querido sobrino- dijo el señor presidente mientras jugueteaba con la cabeza de mármol de Napoleón Bonaparte, regalo de un eurodiputado francés originario de Carcassonne. Tu siempre tienes respuesta para mis dudas, ¿qué dijo Gramsci de Murcia?.

-Nada tío. Me refería a la hegemonía social y a todas eses patrañas marxistas. Hemos perdido nuestra ascendencia sobre demasiadas personas: maestros, médicos, funcionarios de las consejerías...

-Esa gente de abajo me quería hasta anteayer. ¿Qué ha podido ocurrir para que miren hacia arriba y escupan metafóricamente en mi casa?. ¿Y los huevos, Dios mío?, ¿que ha sido del respeto a mi trabajo de dieciséis años?. He envejecido y nadie se percata de las huellas del sacrificio en mi cabello y en mi rostro.
-Tío, tu has estudiado Historia. Conoces la ingratitud de las clases subordinadas. Siempre quejándose de sus carencias materiales, con la insatisfacción eterna en sus sonrisas envidiosas. Pero tu has nacido para gobernar y ellos para obedecer. Si tenemos que volver a las jotas, volveremos a ellas, y más corridas de toros.

-Pero, ¿y tus proyectos de convertir Murcia en la vanguardia del arte internacional?.
Pedro A. suspiró levemente. Su cabello negro, ensortijado, se erizó de emoción al sentir que el señor presidente le observaba con ojos sinceros, humedecidos por el agradecimiento. El despacho estaba en penumbra. A lo lejos, se escuchaban gritos, pitidos, el murmullo de una muchedumbre que se aproximaba a un edificio transformado en templo de expiación colectiva. Una pancarta gigante cruzaba los carriles de la Gran Vía, y en grandes letras rojas se leía DIGINIDAD Y RESISTENCIA”.

-¡Ahí llegan de nuevo!, ¡con sus cánticos y sus huevos!. ¡Parecen los jinetes del apocalipsis!- exclamó el señor presidente mientras se clavaba las uñas en el dorso de la mano derecha. ¿Tan mal les pagaba, sobrino?, ¿no he sido para ellos como el papaíto de la literatura rusa decimonónica?, ¿no los he arrullado en mi regazo mientras les cantaba nanas o les daba el biberón?.

-La ingratitud es uno de los atributos esenciales de las personas- dijo Pedro A.-. Mira lo que me está ocurriendo a mí. Me ridiculizan en sus pancartas, me llaman como mínimo derrochador. ¿Y qué quieren?, ¿piensan que el arte es barato?, ¿o que cualquiera va a venir aquí si no le pones billetes delante?.

-¡Míralos, míralos!. ¿Aquél no es....?, ¡pero si hace dos días era mi ojo derecho!, ¡qué ingratitud!. ¿Chorizo de Burgos?, ¿Manostijeras?, ¿Alí Babá?, ¿ladrón?. ¿Y todo por una ley necesaria?.
El señor presidente se desplomó abatido en un sillón alejado de la ventana. Los cánticos y gritos retumbaban en los ángulos de una habitación ya oscura, abandonada a las penumbras de una noche de luna menguante. Pedro A. miraba el paso de los manifestantes intentando adivinar las causas de la rebelión. Por un momento pensó encargar a una asesoría técnica un estudio para integrar en Manifiesta las manifestaciones, convirtiéndolas en un escenario más de su apuesta por la vanguardia y por el arte que ocupaba Murcia y la centraba en la proyección Mercator.

-Llama a Pati- dijo el señor presidente-. Dile que mañana vaya a la inaguración de Espacio Joven en Santomera. No estoy para bromas. Ah, trae también mi guitarra. Y mañana que venga Ventura.

-Sí tío- respondió Pedro A-. Mejor que toques la guitarra. Yo te acompañaré con la lira.

SEGUIRÁ

miércoles, 12 de enero de 2011

¡Son los principios, estúpido!



Se comenta que Bill Clinton ganó las elecciones norteamericanas de 1992 con una frase fuerza: “¡es la economía, estúpido!”. Desde hace más de tres semanas, desde que la Asamblea Regional aprobó la infausta ley conocida como tijeretazo, los empleados públicos le estamos gritando al presidente Valcárcel, una frase con idéntica estructura pero alejada de la cobardía moral de los políticos murcianos: ¡Son los principios, estúpido!, ¡son los principios!. La manifestación de hoy, 12 de enero, se ha convertido en una rebelión cívica contra la profanación del valor más sagrado de cualquier empleado público: su compromiso con el servicio público. Solo desde este punto de vista se puede entender la participación de más de 30.000 personas en la manifestación, desde la convicción de haber sufrido una agresión al núcleo mismo del placer vocacional de trabajar al servicio de los ciudadanos. No creo que se trate sólo de una disminución salarial, ni de la eliminación de derechos laborales consolidados. No. Se trata de la dignidad y el orgullo personal de trabajar en lo que nos gusta, también de la convicción de que no lo hemos ganado sin esfuerzo como, ahora parecen mantener los políticos para enfrentarnos con el resto de los ciudadanos.
¿Qué hemos visto hoy en la manifestación?. Muchas cosas. Alegría al ver la Gran Vía ocupada por decenas de miles de personas; la multitud de lemas, cánticos y consignas ajenas a las organizaciones sindicales; también el orgullo de muchos compañeros que portaban banderas, pancartas y lemas sindicales; el ambiente festivo que se vivía en una tarde cálida, hermosa, con la luna en medio de la Gran Vía; las niñas y niños que caminaban junto a sus padres y madres, orgullosos, con la alegría de participar con sus progenitores en un acto justo y necesario... la alegría de estar allí, entre amigos y compañeros, sabiendo que estamos escribiendo una historia hermosa, de lucha y dignidad.
Hemos sido muchos y las calles han sido nuestras. Ellos, Valcárcel y su gente siguen sin entender nada, tan endiosados estaban y tan alejados de una realidad que se les representa cada vez más peligrosa e incierta.
Alguna manifestante comentaba que nos disolviéramos en grupos, que no andáramos solos por las calles de Murcia porque se habían vuelto peligrosas: en cualquier momento, un político podría quitarnos la cartera. Lo tomamos a broma, pero pensándolo bien, ¿qué han hecho hasta ahora sino robarnos al tiempo que nos acusaban de privilegiados?.
Debemos seguir luchando. No hay gobierno que resista mucho tiempo la presión social a la que están sometidos Valcárcel y su gente.
¡PODEMOS!













martes, 11 de enero de 2011

Mañana no manifestamos


Nunca sabremos si esa gente pensaba que esto era jauja, o que ellos vivían en jauja y las ciudadanos y ciudadanos en jaulas de oro de las que nunca podríamos escapar. Se equivocaron. Y ahora volamos libres, escasos de equipaje- como diría Antonio Machado- pero con las alas de la conciencia blancas y suaves.

Nos escapamos y ahora recorremos las calles con poesía en los pies, hermosos sonetos que narran la lucha por la dignidad y hacen crecer flores en el asfalto de enero.

Ellos siguen escondidos, gente aburrida...

Mañana, día 12, a las seis de la tarde, nos vemos en la Plaza Fuensanta. Yo llevaré una orquídea en el corazón. Llenemos las calles de flores, de lemas, de gritos de futuro... porque éste nos pertenece.

Ellos son pasado, olvido, sueños quemados en medio de la Humanidad.

lunes, 10 de enero de 2011

¡Ya es hora de pasearnos a cuerpo!


Cuando leemos los comentarios anónimos de determinados lectores de los periódicos regionales sobre la lucha que mantenemos las y los empleados públicos de la Administración Regional contra el tijeretazo, que, en esencia, insultan, menosprecian y vejan nuestro trabajo sin ningún tipo de análisis racional, recordamos aquel poema- España en marcha- de Gabriel Celaya que comienza así:

“Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia “. de cuentos!.
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.

¿Debemos justificarnos explicando que la sanidad, la educación y los servicios sociales son derechos subjetivos de los ciudadanos?, ¿o que la transmisión de conocimientos y valores deseables socialmente no deben ser mediatizados exclusivamente por cálculos de rentabilidad económica?; ¿debemos en 2010 recordar que el derecho universal a la salud no depende de la riqueza personal o familiar de sus beneficiarios?. Hay gente que juega con fuego porque piensa que lo controla, que nunca se extenderá más allá de sus convicciones o intereses. Pero, y esto parece que ha quedado meridianamente claro con la actual crisis económica, ya no somos dueños de nuestro futuro, tampoco, parece, de nuestro pasado porque éste último ha sido reescrito y el siglo XX se nos presenta como una centuria perdida, una anomalía en la que se ensayaron políticas económicas y sociales decididamente erróneas. La sanidad y la educación pública universales, los derechos sociales de cuarta generación fueron, si hacemos caso a esta gente, el camino de servidumbre del que nos habla Hayek. El otro pilar del Estado del Bienestar, los servicios sociales están siendo reorientados hacia los comportamientos filantrópicos, si no al retorno a la caridad cristiana. Resulta sintomático el afán del Consejero de Política Social de rebautizar los centros del IMAS con nombres tipo “Virgen del Valle”, “Monseñor Azagra”. Esto no es una crítica a la labor social de la iglesia católica- encomiable la labor de Cáritas y otras ONG,s próximas a ella-. Por desgracia, y en esto habría que rendir tributo a cierto liberalismo político- en nada emparentado con las doctrinas que se han apropiado del término- los servicios sociales que quieren perpetuar en nuestra región están emparentado con el caciquismo y el clientelismo de tanta raigambre en esta tierra. Las pensiones no contributivas, el salario mínimo de inserción, las ayudas a la dependencia, entre otras, son aprehendidas como herramientas de control y perpetuación del poder político por nuestros gobernantes, no como derechos de los ciudadanos. Algo parecido ha debido ocurrir con los derechos laborales de las y los empleados públicos. No estamos hablando de su posible modulación en épocas de crisis o de bonanza económica. Todo es negociable dependiendo de la situación social y del margen de actuación. Lo que es inaceptable, impropio de una cultura de consenso y de pacto es la actitud autoritaria, prepotente e intermitentemente chulesca de una clase política que nos ha hundido- Madrid y Murcia, el Consejo de Ministros y el Consejo de Gobierno- en un hoyo en el que difícilmente se ven las estrellas y excesivamente bien el hormigón y las comisiones adheridas a él. Esta gente tan inteligente, que tan bien hacía las cosas, que había encontrado en el euro y en el turismo el elixir del eterno crecimiento ha demostrado que eran unos advenedizos que desconocían, o que ignoraban conscientemente, los cimientos de barro del crecimiento económico. Claro, ellos estaban en otras cosas.
Entre tanto, la educación pública sobrevive con gastos decrecientes merced al compromiso de profesoras y profesores con su trabajo y con su responsabilidad de formar ciudadanos libres; la sanidad, ese gran sector público difícilmente privatizable sin perder su carácter universal e igualitario- lo mismo podemos predicar de la educación- , mantiene unos niveles de calidad en nada envidiables el entorno de Europa Occidental y los servicios sociales resisten con mayor dificultad los embates privatizadores. Todo esto a pesar de nuestros políticos que desearían que la rentabilidad de la prestación política de estos derechos sustituyera al mercado electoral de ideas y de propuestas de actuación, es decir, que les sirviera para su perpetuación en el poder. El llamado neoliberalismo es, en definitiva, el retorno al caciquismo desprovisto de su aspecto social.
Existe un desenfoque en la percepción que tiene el gobierno regional de sus empleados y empleadas públicas del que tenemos nosotros y nosotras de ellos. Creer que existimos para cumplir sus designios ha sido su error, porque la democracia permanece, los derechos subjetivos también, y los que no permanecen son ellos cuando incumplen su obligación: la satisfacción de las necesidades y deseos de los ciudadanos, entre ellos nosotras y nosotros.
Como dijo Lord Actonel poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
El próximo día 12 las organizaciones sindicales nos han convocado a una nueva manifestación. Allí estaremos, más numerosos que nunca, orgullosas y orgullosos de nuestras profesiones, de nuestros derechos y de nuestros logros personales, haciendo frente a cierta incomprensión social manufacturada por los medios de comunicación serviles, pero libres, con el viento de la libertad soplando a nuestro favor porque tenemos razón, somos muchos y fuertes y, sobre todo, creemos en nosotros. Ellos seguirán escondidos, mintiendo, buscando culpables en otras latitudes, intentando dividirnos, pero sabemos, y lo sabremos durante mucho tiempo, que son unos mentirosos y que los hemos pillado en la mentira. Y como dijo también Celaya:

“¡A la calle! Que ya es hora
de pasearnos a cuerpo!”

Sí, volveremos a pasearnos a cuerpo por la Gran Vía hasta que deroguen el infausto tijeretazo.

domingo, 9 de enero de 2011

Eramos un pueblo feliz

En la edad de la abundancia eramos un pueblo feliz. Vivíamos en un país mediterráneo, y su sola mención, la mar rizada, los veleros blancos rasgando el viento y el cielo claro, el susurro de las palmeras y los bosques de carrizo, los estíos dorados, las gaviotas surcando los límites imprecisos de los valles, la placidez de las noches de invierno, las dunas y la voz de las niñas y de los niños, era bálsamo que serenaba nuestros espíritus inquietos. Sí, tal vez careciéramos de los atributos de las sociedad nórdica, la solidaridad entre sus miembros, la protección de los débiles, la seguridad de que siempre habría un brazo que te ayudara a levantarte, una escuela infantil, un colegio, un hospital, una residencia de mayores, que siempre hallarías la mirada tranquila, atenta de un alma gemela, en cualquier paisaje o ciudad, en las laderas y en los fiordos, en el hielo y en los oscuros bosques del verano escandinavo. Carecíamos de esos atributos, de esas seguridades que nos hacía envidiar una organización social tan sensible a las necesidades de todos sus miembros, colectiva e individualmente. Pero vivíamos junto al mar, recogíamos chapinas en sus blancas arenas, y lanzábamos cantos rodados que rebotaban en el cristal turquesa desapareciendo allí donde el sol bruñía los rizos de las olas. O tal vez, paseábamos por los carriles de la huerta, entre palmeras y brazales mientras observábamos las montañas peladas al fondo o el crepúsculo tiñéndose de un rojo carnal.
Era la edad de la abundancia y nuestra despreocupación bebía de las fuentes del consumo y del autoengaño.
Y un día llegaron ellos y tumbaron nuestras creencias en el marmóreo cuadrilátero de la economía global. El castillo de naipes que habíamos cimentado sobre el dinero fácil, la especulación y la inmoralidad se vino abajo con una leve ráfaga de viento tóxico. Resultó que nuestro país apenas era la casita de paja del primer cerdito de la fábula, y que nuestros políticos no eran los marqueses o duques que gobernaban un gran latifundio con un palacio de cúpulas de oro en el florido valle, sino unos caraduras. Lo descubrimos tarde, cuando ya los naipes de la baraja se desplomaban en cascada y los dioses de la estepa salían a la caza de países y pueblos en apuros. Entre los muchos métodos que aplicaron para atrapar a sus víctimas, la manipulación de la gente y el canibalismo social brilló con luz propia. Nos hicieron sospechar de nuestros vecinos de escalera, de pueblo, de ciudad; fomentaron el corporativismo para dividir, convirtiendo parias en afortunados y caraduras en damnificados; consiguieron que miráramos a los parados- fundamentalmente los subsidios que cobran- como una lacra para la recuperación económica-; por último, tildaron de privilegio y privilegiados al empleo estable y a las y los empleados públicos. Pero lo que más nos duele, como un dardo emponzoñado con la mentira y la hipocresía clavado en el alma laica, es el citado canibalismo social, esa invitación de los poderosos a que nos devoremos los unos a los otros como fórmula mágica para retornar, con las menos heridas posibles, a la edad dorada de la abundancia.
En nuestro país nadie escribió un “Yo acuso” o “Un enemigo del pueblo” sin que acabara en una fosa común, muriera en la cárcel de tuberculosis o cualquier enfermedad, partiera al exilio o falleciera en el más terrible y silencioso destierro interior. En Murcia ni siquiera se llegó a escribir. No tuvimos, no tenemos, un Zola o un Ibsen. Acaso lo más cercano sea nuestro Vicente Medina y su cansera:

“Por esa sendica se marchó aquel hijo
que murió en la guerra...
Por esa sendica se jué la alegría...
¡por esa sendica vinieron las penas!”


Sí, por esa sendica llegaron ellos, Varcárcel, su partido y su Consejo de Gobierno, con zapatos de charol e ínfulas de señoritos de ciudad, y nos arrebataron lo que era nuestro, nuestros derechos laborales y nuestro orgullo de ciudadanos y servidores públicos. Tuvieron la desfachatez de aseverar, con su discurso exuberante, que los culpables eran los vecinos de linde, que no podían hacer otra cosa, que lo sentían, que lo sentían...
Vicente Medina murió en el extranjero y en nuestra tierra mandan los caciques de toda la vida despreciando nuestros derechos y nuestras libertades.
El próximo día 12, a las 18 horas, volveremos a manifestarnos por nuestros derechos.

RESISTENCIA Y DIGNIDAD, COMPAÑERAS Y COMPAÑEROS.

viernes, 7 de enero de 2011

Murcia en lucha (1)

Pensaron los miembros del Consejo de Gobierno, Valcárcel presidiendo el festín, que el resplandor que cegó a Zapatero, encabritó su caballo socialdemócrata y lo arrojó a la tierra edénica del neoliberalismo, de la primera revolución industrial de los extensos paisajes tóxicos de la China continental, era de tal intensidad que las y los empleados públicos murcianos quedarían inanes, desarmados, informados de la imposibilidad de responder al golpe con la consciencia tranquila pero con la razón crispada y vigilante. Eso pensaban ellos, y no les faltaban motivos, porque el recorte salarial del 5% de mayo de 2010 que se nos aplicó a las y los empleados públicos fue tímidamente contestado por las organizaciones sindicales con la convocatoria de una huelga general de escaso o nulo seguimiento, reforzando la imagen de unos y unas empleadas públicas poco combativas y con una mínima recepción del predicamento sindical. Posiblemente, los miembros del Consejo de Gobierno participaban de un imaginario en el que las y los empleados públicos semejábamos a los cristianos apiñados en el centro del Coliseum, rezando, aguardando la salida a la arena de los leones mientras el pueblo aplaudía desde la gradas el sacrificio de aquella extraña secta de privilegiados culpables de la peste, el hambre, la miseria y la decadencia que se había apoderado de la Murcia Inmobiliaria. No podemos obviar este dato: el sutil desplazamiento del sujeto culpable de la crisis económica. En un principio fueron los bancos, luego los especuladores y por último, cuando las miradas inquisitivas comenzaron a volverse hacia los políticos, el pecado originario recayó, como una losa de desprecio social, en las y los empleados públicos.
En Murcia el proceso fue matizado por el paternalismo del PP y su representación política. Eramos víctimas, como ellos, de la inconsistencia del gobierno central, de su política errática y de decisiones que solo agravaban la crisis económica. Ellos, con el tétrico espantapájaros de Zapatero en medio de un yermo de rastrojos y cuervos ávidos de carroña, eran los culpables, los que habían hundido el país y los responsables últimos de las dolorosas decisiones que era preciso adoptar so pena de no poder hacer frente a los derechos sanitarios, educativos y sociales de la ciudadanía murciana toda. Pero al tiempo que el Consejo de Gobierno y el PP murciano se lamentaban en público de su abandono, de la opción preferencial del gobierno central con las comunidades autónomas de su mismo signo político, de su apuesta por lo público a pesar de lo dramático de la situación, comenzó a transmitir a la opinión pública murciana, merced a su control absoluto de los medios de comunicación- diarios, emisoras de radio, televisiones públicas o privadas- su sospecha de que las y los empleados públicos vivían por encima de sus méritos laborales, con retribuciones salariales y en especie que los convertía en un colectivo privilegiado. Alguna Consejera de Hacienda, a la que recordamos apeándose de una limusina neoyorkina, se ofreció para explicar a la sociedad civil la anulación de los Acuerdos de 3 de marzo de 2008 (la conocida popularmente como “homologación con el SMS”) en el caso de que el Consejo de Gobierno, es decir, el presidente Valcárcel, asumiera sus postulados liquidacionistas. En frente, se narra en las crónicas orales, la Consejera de Presidencia y Administraciones Públicas defendía los acuerdos firmados con las organizaciones sindicales y, en opinión de alguna fuente también oral, era la primera defensora de los servicios públicos en el Consejo de Gobierno. El tiempo, la terca realidad y la dinámica interna de la política y sus consensos endógenos ha puesto en su sitio a cada una, y precisamente la Consejera de Presidencia ha optado, entre un ramillete florido de opciones coherentes y dignas, por atrincherarse en el Palacio de San Esteban con sus iguales, demostrando que, en última instancia, la dignidad, esa dignidad a la que los empleados y las empleadas públicas estamos erigiendo día a día, manifestación a manifestación, una estatua de acero tan alta al menos como la torre de la catedral de Murcia, no es un atributo propio o tal vez deseable para esta clase política que padecemos en el ámbito estatal y en el regional. 
En el fondo, repasando el contenido de la Ley de Medidas Extraordinarias para la Sostenibilidad de las Finanzas Públicas, la lucha soterrada entre dos consejeras, mujeres ellas, por atraerse el favor y la aquiescencia de presidente Valcárcel no hace sino representar en el imaginario colectivo las concepciones sociales más machistas e impresentables de un país que hasta la crisis económica se vanagloriaba de su modernidad, del reconocimiento casi en solitario de derechos individuales y sociales avanzados y de una apuesta decidida por la igualdad material entre mujeres y hombres. Así es, las medidas de conciliación de la vida laboral y familiar que desde 2006 se aprobaron en la Administración Regional superando, en algunos casos, la legislación estatal han sido abolidas por el tijeretazo de Valcárcel, y el paro que la reinstauración de las 37,30 horas va a crear, incidirá directa y brutalmente en nosotras, que ocupamos mayoritariamente los sectores educativo, sanitario, asistencial y, en menor medida, los de apoyo administrativo. Desde el año 1978, incluso antes, no hemos asistido a una tan salvaje liquidación despótica de los derechos conquistados por las y los trabajadores en general, y por los empleados y empleadas públicas en particular. Es más, existía un consenso social sobre la imposibilidad de una regresión o anulación de los derechos reconocidos, cualesquiera que fueran. Zapatero y Valcárcel, ambos, en sus respectivos ámbitos de tierra quemada, paro y ausencia de futuro, se han encargado de desmentirlo. Y esta constatación nos induce a pensar que detrás de estas medidas, reiteradamente aireadas como provisionales por los gobernantes nacionales y regionales, existe la voluntad de liquidar el estado del bienestar, esa forma de organización económica y social amable, mitigadora de las desigualdades y protectora de la desventura, la mala suerte o el azar en la vida de las ciudadanas y ciudadanos. 
Curiosamente, la clase política, sus voceros y demás adláteres han llegado a la proeza de conseguir que el empleo estable sea sinónimo de privilegio y que la protección al parado o al enfermo sea equivalente a ciertas formas de parasitismo social. En este sentido, resulta desalentador que los que han desarrollado y alentado el ya citado parasitismo social, la insolidaridad, el robo más o menos encubierto y el expolio de los recursos públicos aparezcan como algo parecido a las “hermanitas de la caridad” en los medios de comunicación, en agredidos por los agraviados, en gente bienintencionada que se ha visto abocada a cirugía mayor muy a su pesar. Y esto último es aplicable a tirios y troyanos, a gobiernos centrales y autonómicos, a diputaciones provinciales y ayuntamientos.  

CONTINUARÁ (con la misma seguridad que continuará nuestra lucha)

jueves, 6 de enero de 2011

La lucha comienza

El pasado 21 de diciembre nos quisieron regalar por anticipado carbón, no dulce sino amargo. La Asamblea Regional fue el lugar elegido por los Reyes Magos del Partido Popular de la Región de Murcia (PP) para depositar toneladas de carbón altamente contaminante para las y los funcionarios públicos. Pero algo ocurrió, unos hechos inesperados para la gente de San Esteban, del PP y de la Asamblea Regional, unos acontecimientos dignos de narrar.

Escribió Karl Marx en El 18 Brumario que la Historia se repetía dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. Eso debieron pensar nuestros consejeros regionales, que los vientos históricos soplaban eternamente a su favor y que los desmanes que pudieran cometer pasarían desapercibidos si se aireaba el espantajo de Zapatero y su zapaterismo. Así lo debió pensar también la Consejera de Hacienda, todavía en nuestra memoria la imagen imborrable de su apeamiento de una limusina en las inconfundibles calles de Nueva York. Allí estaban ellos, y el partido, y el empresariado que les exigía mano dura sin renunciar a sus prebendas, y las asistencias técnicas y las decenas de fundaciones convertidas en cementerios de políticos defenestrados o jubilados anticipadamente. Toda esa gente que vive de una cultura del poder que premia la fidelidad más allá del interés general, a la sombra de unos partidos políticos, salvo honrosas excepciones, que han logrado hacer del robo de la hacienda pública un acto honorable si las migajas se reparten desequitativamente entre los habitantes de pueblos y ciudades pequeñas.
En este ambiente, el carbón para las y los empleados públicos de la sanidad, la educación, los servicios sociales y los servicios generales era el justo premio para los suyos, los parásitos afectos al poder y, fundamentalmente, a sus prebendas en detrimento de esos otros a los que nunca les había llegado el tiempo de las vacas gordas, del enriquecimiento fácil y, por ende, de sus lujos y oropeles.
Además, el inepto de Zapatero, que lo es, los había golpeado con el guante del socialismo gobernante y éstos no habían respondido, se habían quedado callados, musitando su enojo y desprecio pero sin protestar ni ondear banderas de dignidad y resistencia.
El día 22 de diciembre las banderas de la lucha surgieron de la nada y se apoderaron de las calles de Murcia. Ya desde la mañana se intuía que el tijeretazo no iba a ser aceptado sumisamente por sus dagnificados. Las consejerías eran un hervidero de comentarios, de indignación, de apoyo verbal a la lucha contra una tal agresión. La noticia llegó como un maremoto a colegios e institutos, se expandió por hospitales, centros de atención primaria y de servicios sociales. El ambiente de la ciudad se enrarecía cuando se iba conociendo el contenido de la Ley de Medidas Extraordinarias para la Sostenibilidad de las Finanzas Públicas: reducían los sueldos, retornaba la jornada de 37,30 horas semanales, se cercenaban las medidas de conciliación, se liquidaba el plan de acción social, se suspendía el plan de pensiones, se congelaban las oposiciones, se penaba económicamente la enfemedad... y en la Exposición de Motivos se declaraba sumariamente que los culpables de la crisis eran las y los empleados públicos de la Administración Regional (aparte de Zapatero y de la deuda histórica). Y esto tras años de bonanza especulativa, depredativa e inmoral que había convertido a los y las empleadas públicas en parias, en gente con sueldos casi de miseria en un entorno en el que los billetes de quinientos euros volaban como moscas en un estercolero.
-¿Cuánto ganas al mes?-preguntaban familiares, amigos, casi extraños enriquecidos en pocas semanas-
-1000, 1100, 1200 euros -respondíamos sabiendo de antemano una respuesta que no se alejaba en exceso de “eso lo gano yo en una semana-.
En eso se había convertido la opción por el servicio a los ciudadanos, por la educación, por la sanidad, por los servicios sociales, todos públicos, en un lugar común para la mofa e, incluso, el escarnio. En una época en la que el dinero era el amo y señor espiritual de las calles, de las aptitudes individuales y colectivas, de las voluntades e incluso de la honradez que todas y todos asociábamos al compromiso con los demás y, sobre todo, con uno mismo.
La crisis económica, esta bajada a los infiernos para millones de ciudadanos, la mayoría gente humilde atrapada por la propaganda oficial que nos hablaba del país de jauja y del fin de los ciclos económicos del capitalismo, supuso también el comienzo de la caza de los culpables de la deflación y de la destrucción de empleo. Pronto, el punto de mira se dirigió a las organizaciones sindicales, culpables de mercados laborales demasiados rígidos y, por tanto, poco propensos a la competitividad en clave china. Luego, todas las miradas- de la CEOE, de los medios de comunicación afines, de la riqueza en general- se dirigieron a las y los empleados públicos, por dos motivos fundamentales. El primero porque era fácil crear una opinión social hostil contra sus supuestos privilegios- en primer lugar la estabilidad laboral-, y en segundo lugar, porque el sector público es un enorme y suculento pastel para el empresariado español, poco imaginativo y menos innovador. En diciembre de 2010, la campaña contra las y los empleados públicos había llegado a su punto álgido y ya algunos ingenuos sociales no llegaban a entender como no se producían actos públicos colectivos de arrepentimiento y autoflagelación de tales crápulas que vivían del erario público.
En este ambiente social, ¿cómo podían imaginar los miembros del Consejo de Gobierno, entre ellos la Consejera de Hacienda, inmortalizada, como ya hemos comentado, en la limusina neoyorkina en la edad dorada del despilfarro y la inmoralidad política en la que vivió nuestra región y nuestro país durante al menos diez años, lo que se les venía encima la tarde del 22 de diciembre?. Una verdadera y sana indignación popular no solo frente al saqueo de lo propio sino también contra esa gente que durante años habían vivido en la plácida ola del crecimiento y del enriquecimiento fácil, con pilares de miel amarga y traicionera y que, al primer problema, habían vuelto su mirada al colectivo al que consideraban más vulnerable socialmente para hacerles pagar sus propios errores y vergüenzas necesitadas de ser enterradas:
NOSOTRAS Y NOSOTROS.
Esa tarde un gentío atronador se reunió ante la Cámara de Comercio de Murcia para clamar su santa indignación; un gentío que llenó la plaza, que se manifestó espontáneamente, que se fragmentó en tres manifestaciones con tres direcciones distintas y que se desgañitó gritando su indignación y exigiendo la no aprobación del expolio de unos derechos laborales y sociales ganados con el trabajo bien hecho, con el servicio a los demás y con el orgullo de lo público. La tarde del 22 de diciembre fue el inicio de un movimiento de dignidad y resistencia frente a los atropellos de políticos y demás ralea que creían que la Administración Regional es su finca particular y que las y los empleados públicos sus siervos.
Se equivocan, somos ciudadanos y servidores públicos.
Esta bitácora nace con voluntad literaria, de narrar la lucha que se avecina, de manifestar la grandeza del servicio público, de servir a la causa de decenas de miles de empleadas y empleados públicos que luchan por sus derechos conquistados y por su dignidad mancillada por la caterva de políticos que viven y prosperan a la vera del poder, de cualquier poder.

¡ DIGNIDAD Y RESISTENCIA, COMPAÑERAS Y COMPAÑEROS !