Quizá seamos libres, o pensamos que lo somos, buscando las voces profundas que han edificado con su ignorancia el mayor monumento a la chapuza. Eso ha sido el Tijeretazo, una chapuza elaborada por personas iletradas en materia de derechos laborales, una suma de despropósitos que hace inaplicable una ley muerta desde su nacimiento. Los focos apuntan hacia el edificio de la antigua Diputación Provincial, con sus fantasmas encadenados paseando con flamantes camisas azules por los pasillos, entre cuadros de diversa factura y calidad. También nos recuerda el mundo de las limusinas, de las calles de Nueva York, acaso también la Factoría , y Andy Warhol sonriendo mientras que viaja entre las nubes y los billetes de cien dólares. Pero sobre todo nos recuerda la inmoralidad que anega las tierras bajas de la política, cenagales y marismas, cuando la mayoría absoluta es lo habitual y no lo excepcional. Aquí están ellos todavía sonrientes e insolentes, ellos que han arruinado nuestra región con mundos paralelos enladrillados, con tortugas moras quemadas o con pelotas de golf adheridas a sus caparazones. Gentes que descienden de los caciques de cada pueblo y ciudad, amos antiguos de nuestros bienes y de nuestras vidas.
El día 10 de febrero se ha convocado otra manifestación. Todo depende de las negociaciones, es decir, de la capacidad de los gobernantes de rectificar su ruta hacia la nada, de derogar una ley delirante que se desarrolla mediante instrucciones sin anagramas, firmas o fechas. Los políticos no saben como interpretar lo que han plasmado en papel, los técnicos tampoco. La Exposición de Motivos merecería un monumento a la estulticia y a la mala fe, el articulado una cerilla que prendiera en su vacío conceptual. Pero la luna está allí arriba y nosotros la observamos sabiendo que nunca la alcanzaremos. Los inútiles que nos gobiernan se encargaran de impedir que rocemos con los dedos sus ojos de miel y esperanza.
Acaso alguna vez nos liberemos del caciquismo y de sus actores, los caciques, pero parece que esos tiempos todavía están lejos y que los murcianos seguimos creyendo en el cuento de la lechera y de la Paramount ; también, aunque estamos abriendo los ojos, confundimos los viejos e inadecuados colegios e institutos con palacios de libertad y educación en valores democráticos y solidarios. Nuestros centros se caen a pedazos, de eso se han encargados los gestores políticos, mientras los colegios concertados florecen merced al dinero de todos y a esa especie de impuesto revolucionario que se cobra mensualmente a los padres y que se encubre como donativo.
Sin embargo, los sueños son libres y parece que en estos primeros días de 2011, muchos murcianos, y murcianas, nos hemos embarcado en una nube de ilusión que navega en los mares de la responsabilidad y del compromiso con la sociedad. A esto le llamamos lucha, y empatía, y ganas de vivir y de componer poemas al estilo de Celaya, Blas de Otero, Hierro o Goytisolo. Por desgracia, somos "unos hombres sin más destino que apuntalar las ruinas” (Blas de Otero), y lo sabemos, y lo percibimos cuando miramos en derredor y solo vemos incomprensión, mentira, maledicencia. Pero respiremos un poco: de ello son culpables nuestros gobernantes, fundamentalmente su incompetencia e incapacidad para comprender.
Nuestro apoyo al IES Los Cantos ante el ataque de FEREMUR, una autodenominada asociación de estudiantes murcianos con ánimo de lucro al servicio del poder, como muchas de las que medran indolentes en los campos del Señor Valcárcel.
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