Han ido a por nosotros enseñándonos sus fauces. Y no hemos visto nada bueno, solo oscuridad y engaño. La historia de nuestra tierra es la crónica del olvido. Hemos enterrado la verdad, y con ella a los hombres y mujeres de valía que alguna vez fueron los heterodoxos condenados al destierro y el oprobio. Gente que habló en voz alta, que luchó, que murió o que se marchó con una maleta y la mirada perdida en un paisaje de sombras compactas y luces deslumbrantes.
¿Y con qué nos hemos quedado?: con curas, monjas, poetas que versaban más acá de la cuenta, escritores olvidados, padres de ilustres, Valcárceles, barracas, jotas y otras mendicidades. Mediocridad, provincianismo y aburrimiento. Ni siquiera Ramón Gaya es hijo de esta tierra, ni Mariano Ruiz Funes, ni Carmen Conde, ni Antonio Oliver, ni tan siquiera nuestro Vicente Medina…y cuando una lee La Verdad o La Opinión de Murcia se le cae el alma al suelo porque entre nuestras eminencias sobresale Carlos Valcárcel (y su mujer que era sus bastón como nos dice un antiguo senador socialista dedicado a recordar banalidades).
Perdimos alguna vez la capacidad, o el poder, de recordar, de inscribir en el frontispicio de nuestro horizonte vital las vidas de otros murcianos y murcianas que fueron parte del mundo, que bebieron de las fuentes de la tolerancia y de la libertad, y solo quedaron los nombres de la servidumbre, de sus amos, de las gentes que nos negaron una y mil veces la condición de seres humanos. Cuando miramos para atrás, y cruzamos los lindes del siglo, vemos una estepa yerma, sin luces, sin árboles frondosos que pudieran cobijar bajo su fresca sombra los latidos de la verdad. Ellos siempre fueron los amos, escribieron la historia y segaron el recuerdo de las gentes que pudieron ser nuestros referentes, humana y espiritualmente.
Es difícil vivir en una tierra que borró la memoria de sus hijos e hijas, de todas aquellas personas díscolas que quisieron cambiar la realidad y que se estrellaron con el poder caciquil de los señores del país. Gentes que vivieron muchos años silenciadas, señaladas, olvidadas, desarraigadas de la memoria colectiva, y a las que, con la democracia, se les dio migajas en forma de rótulos de calles, nombres de algunos (escasos) institutos y museos aislados, mientras su pensamiento, su obra, su arte era obviado.
Y ahora, con la crisis, con el despertar colectivo que ha supuesto saber que volvemos a estar en la ruina porque los mismos caciques de siempre han vuelto a enriquecerse a nuestra costa, mientras se rasgan las vestiduras porque algunos y algunas nos atrevemos a cuestionar sus ladrillazos y tijeretazos, sería bueno, sería decente, volver la mirada y recordar que no todo el pensamiento, la literatura, el arte de nuestra tierra estuvo siempre en manos de la mediocridad y el dominio indecente. Tuvimos liberales, tuvimos gente abierta a una cultura cosmopolita, tuvimos personas a las que se las quiere enterrar en el valle del olvido porque son ejemplo palpable de que una vida distinta y más libre es posible en estas tierras mediterráneas, en estos paisajes murcianos anegados por la intolerancia de unos pocos.
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