lunes, 26 de septiembre de 2011

Ahora

Si alguna vez creímos que la libertad modelaba nuestras creencias, nuestra forma de vida, nuestros contornos solidarios y, quizá, nuestra forma de amar y relacionarnos con los nuestros, estábamos equivocados. Vivimos una era extraña en la que las certidumbres que nos han alimentado se han esfumado en el éter de los mercados y ahora, mientras observamos los paisajes, los que la declinante naturaleza nos muestra para que nos regocijemos y los que la sociedad, o la parte de ésta que nos controla y manipula, ha desteñido con sus ladrillos, sus pvc,s, sus vistas a un mar de plástico y basura cosmopolita, solo somos marionetas accionadas por las declinaciones del dólar o del euro.
Si alguna vez pensamos que teníamos un mínimo control sobre nuestras vidas y sobre la parte de la sociedad en la que nos movemos y nos relacionamos, los primeros años del Siglo XXI han sido la tumba de nuestras ilusiones individuales y colectivas de autonomía decisoria. Por encima de todo, el sufragio universal se ha teñido con el color de la duda, que suele ser negro o de una gama inconcreta de grises. El contrato social que, se supone, crea las democracias contemporáneas, la idea de que cada una de nosotras- o nosotros- puede, mediante la participación activa o pasiva en la res publica, participar en la construcción económica, cultural y/o ideológica de las sociedades posibles ha resultado errada. Es el dinero, es el poder que éste otorga, el verdadero ingeniero social que hace, deshace y controla las voluntades individuales y colectivas manifestadas mediante el voto y la urna.
Si alguna vez nos hemos ilusionado con unas elecciones generales, por los cambios que éstas podrían traernos, con la alternancia ideológica en la construcción de las sociedades posibles, debemos gritar, con todo nuestro silencio impuesto por los grandes medios de comunicación, que el 20 de noviembre llega con el desencanto absoluto. No creer es no amar, no creer es no votar porque las ilusiones ya no existen, tampoco la fortaleza para entrar en un colegio electoral, mirar a los ojos de los apoderados e interventores y decirles que son unos farsantes, que el voto ya no es democrático porque representa intereses espurios, porque no deja de ser una mentira de los ingenieros sociales y sus patronos, los poseedores de la riqueza mundial.
Si alguna vez hemos tenido el pálpito de no votar, a pesar de las palabras anteriores, nos hemos armado de valor cívico y hemos gritado al mundo que nos rodeaba, a toda esa gente que te rodeaba y que no pensaba como tú, que no sentía como tú, que llegaba al colegio electoral con certezas absolutas sobre los supuestos “suyos” y sobre la iniquidad de los contrarios, que somos como los salmones que remontan los ríos, contracorriente. Buscamos la razón de la existencia en los cuerpos celestes, creemos en la armonía social, creemos en la solidaridad con todas las personas, creemos en las sociedades laicas, en las escuelas públicas, en los hospitales y servicios sociales públicos, en las lecturas de poetas, escritores, soñadores comprometidos, en la vida, en las sociedades abiertas y en las relaciones sociales libres, sin condiciones económicas impositoras.
Allí estaremos, el 20 de noviembre.

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