
Era la edad de la abundancia y nuestra despreocupación bebía de las fuentes del consumo y del autoengaño.
Y un día llegaron ellos y tumbaron nuestras creencias en el marmóreo cuadrilátero de la economía global. El castillo de naipes que habíamos cimentado sobre el dinero fácil, la especulación y la inmoralidad se vino abajo con una leve ráfaga de viento tóxico. Resultó que nuestro país apenas era la casita de paja del primer cerdito de la fábula, y que nuestros políticos no eran los marqueses o duques que gobernaban un gran latifundio con un palacio de cúpulas de oro en el florido valle, sino unos caraduras. Lo descubrimos tarde, cuando ya los naipes de la baraja se desplomaban en cascada y los dioses de la estepa salían a la caza de países y pueblos en apuros. Entre los muchos métodos que aplicaron para atrapar a sus víctimas, la manipulación de la gente y el canibalismo social brilló con luz propia. Nos hicieron sospechar de nuestros vecinos de escalera, de pueblo, de ciudad; fomentaron el corporativismo para dividir, convirtiendo parias en afortunados y caraduras en damnificados; consiguieron que miráramos a los parados- fundamentalmente los subsidios que cobran- como una lacra para la recuperación económica-; por último, tildaron de privilegio y privilegiados al empleo estable y a las y los empleados públicos. Pero lo que más nos duele, como un dardo emponzoñado con la mentira y la hipocresía clavado en el alma laica, es el citado canibalismo social, esa invitación de los poderosos a que nos devoremos los unos a los otros como fórmula mágica para retornar, con las menos heridas posibles, a la edad dorada de la abundancia.
En nuestro país nadie escribió un “Yo acuso” o “Un enemigo del pueblo” sin que acabara en una fosa común, muriera en la cárcel de tuberculosis o cualquier enfermedad, partiera al exilio o falleciera en el más terrible y silencioso destierro interior. En Murcia ni siquiera se llegó a escribir. No tuvimos, no tenemos, un Zola o un Ibsen. Acaso lo más cercano sea nuestro Vicente Medina y su cansera:
“Por esa sendica se marchó aquel hijo
que murió en la guerra...
Por esa sendica se jué la alegría...
¡por esa sendica vinieron las penas!”
Sí, por esa sendica llegaron ellos, Varcárcel, su partido y su Consejo de Gobierno, con zapatos de charol e ínfulas de señoritos de ciudad, y nos arrebataron lo que era nuestro, nuestros derechos laborales y nuestro orgullo de ciudadanos y servidores públicos. Tuvieron la desfachatez de aseverar, con su discurso exuberante, que los culpables eran los vecinos de linde, que no podían hacer otra cosa, que lo sentían, que lo sentían...
Vicente Medina murió en el extranjero y en nuestra tierra mandan los caciques de toda la vida despreciando nuestros derechos y nuestras libertades.
El próximo día 12, a las 18 horas, volveremos a manifestarnos por nuestros derechos.
RESISTENCIA Y DIGNIDAD, COMPAÑERAS Y COMPAÑEROS.
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