jueves, 20 de enero de 2011

Baños y Mendigo


Hace años la carretera de Cartagena pasaba por Baños y Mendigo, entre eucaliptos y cuestas semidesnudas. Por allí anduvo García Montalvo, los perfiles agotados de la brisa marina, los merenderos y la primera pepsi que bebí en la adolescencia. También, frisando el año setenta del Siglo XX, trabajó por aquellos lares un camarero negro, posiblemente llegado de la abandonada (de mala manera como fue costumbre en la política colonial española de la última centuria) Guinea Ecuatorial, que atrajo la atención y la presencia de numerosas familias llegadas de la cercana urbe capitalina. En una ciudad provinciana, alejada de la efervescencia cultural de Barcelona o Madrid, también de la apertura cultural de un Alicante volcado al turismo internacional, aquella presencia exótica fue un acontecimiento que rompía con el lánguido transcurso de los días, meses y años de una sociedad tranquila, ordenada, con cada persona, familia y clase social en su lugar.
Poco han cambiado las cosas en cuarenta años, aunque las ciudades crezcan, se repongan cada poco tiempo las aceras y los centros comerciales proliferen como los hongos en las umbrías de los bosques húmedos. Sabemos, sin embargo, que el llanto desconsolado, sin recato, simboliza la inocencia del espíritu, también de los actos mundanos, que los juegos de la juventud (la busqueda de la igualdad, de la felicidad, la despreocupación y, por qué no, la creencia en la bondad del Hombre) pasan desapercibidos hasta que la Política con mayúscula, la razón de Estado, se cruza en tu camino y te destroza la vida.
Hemos aprendido pocas cosas en 35 años de convivencia democrática. Las pinceladas que esbozó Miguel Espinosa en La Fea Burguesía perfilan el imafronte de la catedral y se expanden en colores ocres por los rincones de la Murcia antigua. Es nuestro pecado, vivir en un paisaje en el que el tiempo es cíclico y los errores, repetidos y obscenos.
Cuando vuelva a cruzar el Puerto de la Cadena, me detendré en Baños y Mendigo, para recordar el suelo de chinarro de La Venta de la Virgen, el sabor de la primera pepsi y aquellos días de adolescencia, en los que fui idealista, creí en la igualdad y en el amor, y en los que, afortunadamente para mí y para mi familia, la política con mayúscula no se cruzó en mi camino, y la razón de Estado no destrozó mi vida.
Va por tí.

1 comentario:

Chirri dijo...

estos días todos hemos recordado esa cuesta que llegaba a Baños y Mendigo...y recordado las ventas...y nos han recordado que alli hay una gasolinera donde podemos repostar....Gracias....