
Vivimos en una sociedad mediatizada por los partidos políticos, el voto obligado éticamente cada cuatro años, la soberbia de unos personajes que se consideran más inteligentes, mejores en definitiva, que el resto de los ciudadanos por el hecho de haber sabido (picardía, apoyos familiares…) aparecer en los primeros puestos de cualquier lista electoral. Y han inventado el mito del coste excesivo de métodos directos de ejercer la democracia: el referéndum, por ejemplo, al tiempo que nos niegan capacidad para discernir, y por tanto votar, sobre diversas formas de organización social y económica que pudiéramos plantear.
Está todo atado y bien atado. Dos partidos políticos que se reparten el poder político y territorial a lomos de una ley electoral discriminatoria para opciones filosóficas, políticas, de transformación social. Con esta ley siempre serán los amos de país en unos momentos en los que los amos deben ser borrados de la faz del lenguaje y sustituidos por ciudadanos iguales que se unen para mejorar tanto desaguisado.
Debemos seguir creciendo, abriendo campamentos en todas las ciudades importantes, demostrando que la ética de la gente desprecia esa otra ética de la mentira política, las cloacas y la fontanería. Esto no puede quedar en nada: debemos empujar a las organizaciones que defienden sinceramente una democracia directa, una sociedad articulada sobre la educación, la sanidad, los servicios sociales públicos, que no castigue al necesitado y sí lo convierta en el centro de nuestras aspiraciones.
Todos y todas a la calle, a los campamentos, a la Glorieta de España, a la Plaza del Sol, a todos los espacios urbanos que nos pertenecen como ciudadanos y como personas que buscamos la felicidad en la sonrisa de un niño, y de un anciano, en nuestra propia sonrisa
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